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Requerimientos nutricionales y fertilización de la judía

Daria · 23.03.2025.

Para que un cultivo de judías prospere y ofrezca una cosecha abundante, no solo necesita sol y agua, sino también una nutrición equilibrada y adecuada a sus necesidades específicas. Afortunadamente, las judías tienen una ventaja excepcional: como miembros de la familia de las leguminosas, poseen la capacidad única de colaborar con bacterias del suelo para producir su propio nitrógeno. Comprender esta relación simbiótica y conocer los otros nutrientes esenciales que la planta necesita es clave para desarrollar un plan de fertilización inteligente y sostenible. Una nutrición adecuada no consiste en aplicar grandes cantidades de abono, sino en proporcionar los elementos correctos en el momento oportuno, asegurando plantas fuertes, sanas y altamente productivas.

El pilar de la fertilidad para las judías reside en un suelo vivo y rico en materia orgánica. Antes de pensar en cualquier tipo de fertilizante, la primera y más importante acción es preparar el lecho de siembra con una generosa aportación de compost maduro o estiércol bien descompuesto. Esta enmienda orgánica no solo aporta una amplia gama de macro y micronutrientes de liberación lenta, sino que también mejora drásticamente la estructura del suelo, su capacidad para retener agua y su actividad biológica. Un suelo sano es el mejor fertilizante que puedes ofrecer a tus plantas.

A diferencia de muchos otros cultivos del huerto que son grandes consumidores de nitrógeno, las judías tienen requerimientos más modestos en este aspecto. Su asociación con las bacterias Rhizobium les permite obtener una parte significativa del nitrógeno que necesitan directamente del aire. Por esta razón, el uso de fertilizantes con un alto contenido de nitrógeno es a menudo contraproducente. Un exceso de nitrógeno estimulará un crecimiento exuberante del follaje en detrimento de la producción de flores y vainas, resultando en plantas muy verdes y frondosas pero con una cosecha escasa.

El enfoque de la fertilización en las judías debe centrarse, por tanto, en asegurar la disponibilidad de otros dos macronutrientes clave: el fósforo y el potasio. El fósforo es fundamental para el desarrollo de un sistema radicular fuerte, así como para la floración y la formación de semillas. El potasio, por su parte, juega un papel crucial en la salud general de la planta, la resistencia a enfermedades y la calidad de los frutos, influyendo en el llenado de las vainas y el sabor. Un análisis de suelo puede darte información precisa sobre los niveles de estos nutrientes en tu huerto y guiarte para una fertilización más efectiva.

Macronutrientes y micronutrientes esenciales para la judía

Las plantas de judía, como todos los vegetales, requieren una serie de elementos nutricionales para completar su ciclo de vida. Estos se dividen en macronutrientes, necesarios en grandes cantidades, y micronutrientes, requeridos en cantidades muy pequeñas pero igualmente esenciales. Los tres macronutrientes principales son el nitrógeno (N), el fósforo (P) y el potasio (K). El nitrógeno es vital para el crecimiento vegetativo y el desarrollo del follaje, siendo un componente clave de la clorofila. Sin embargo, gracias a su capacidad de fijación de nitrógeno, las judías necesitan menos aporte externo de este elemento que otras hortalizas.

El fósforo (P) es a menudo llamado el «energizante» de la planta. Juega un papel fundamental en la transferencia de energía dentro de la planta, en el desarrollo temprano de las raíces y en la promoción de una floración abundante y un buen cuajado de las vainas. Una deficiencia de fósforo puede manifestarse como un crecimiento lento y raquítico, y a veces con una coloración violácea en las hojas más viejas. Fuentes orgánicas ricas en fósforo incluyen la harina de hueso y el fosfato de roca.

El potasio (K) es esencial para la salud y el vigor general de la planta. Regula numerosos procesos metabólicos, como la apertura y cierre de los estomas, y mejora la resistencia de la planta al estrés, tanto biótico (plagas y enfermedades) como abiótico (sequía, calor). Además, es crucial para el transporte de azúcares y para el llenado y maduración de las vainas, influyendo directamente en el rendimiento y la calidad de la cosecha. La ceniza de madera (con moderación) o el sulfato de potasa son buenas fuentes de este nutriente.

Además de los tres grandes, existen otros macronutrientes secundarios como el calcio (Ca), el magnesio (Mg) y el azufre (S), y un conjunto de micronutrientes como el hierro (Fe), manganeso (Mn), zinc (Zn), cobre (Cu), boro (B) y molibdeno (Mo). Un suelo sano y rico en materia orgánica generalmente proporciona cantidades suficientes de estos elementos. El molibdeno, en particular, es muy importante para las leguminosas, ya que es un componente de la enzima nitrogenasa, que es la que permite la fijación de nitrógeno en los nódulos radiculares.

El papel de las leguminosas en la fijación de nitrógeno

La característica más destacada de las leguminosas, incluyendo a las judías, es su capacidad para establecer una relación simbiótica con bacterias del género Rhizobium. Estas bacterias residen en el suelo y, al entrar en contacto con las raíces de una leguminosa, inducen la formación de unas pequeñas estructuras llamadas nódulos. Dentro de estos nódulos, las bacterias viven en un ambiente protegido y reciben carbohidratos (energía) de la planta, producto de la fotosíntesis. A cambio, las bacterias realizan un servicio invaluable: la fijación de nitrógeno.

El nitrógeno es el gas más abundante en la atmósfera terrestre (constituye aproximadamente el 78%), pero en su forma gaseosa (N₂) no puede ser utilizado por las plantas. Las bacterias Rhizobium poseen una enzima especial, la nitrogenasa, que les permite romper el fuerte triple enlace del nitrógeno gaseoso y convertirlo en amoníaco (NH₃), una forma de nitrógeno que la planta sí puede asimilar y utilizar para fabricar proteínas, ácidos nucleicos y otros compuestos esenciales. Este proceso convierte a las leguminosas en verdaderas fábricas de fertilizante natural.

Esta simbiosis explica por qué las judías no suelen necesitar grandes aportes de fertilizantes nitrogenados. De hecho, si el suelo es demasiado rico en nitrógeno, la planta no tendrá incentivos para establecer esta relación con las bacterias, ya que le resulta más fácil tomar el nitrógeno directamente del suelo. Como resultado, se formarán pocos o ningún nódulo en las raíces y la planta perderá esta ventaja natural. Por ello, la fertilización nitrogenada debe ser mínima o nula, especialmente si se ha inoculado la semilla o si se han cultivado leguminosas en ese suelo previamente.

El legado de este proceso va más allá del propio cultivo de judías. Cuando la temporada termina y las plantas de judía mueren, las raíces y los nódulos ricos en nitrógeno se descomponen en el suelo, liberando este valioso nutriente y enriqueciendo la tierra para el siguiente cultivo. Esta es la base de la práctica de la rotación de cultivos, donde se siembran cultivos exigentes en nitrógeno (como el maíz o las hortalizas de hoja) después de un cultivo de leguminosas. Es una estrategia agrícola milenaria que mantiene la fertilidad del suelo de forma sostenible.

Fertilización de base y preparación del suelo

La fertilización más importante para las judías se realiza antes incluso de sembrar la primera semilla. Esta fertilización de base o de fondo consiste en enriquecer el suelo con los nutrientes necesarios para sostener el cultivo durante gran parte de su ciclo. La piedra angular de esta preparación es la adición de materia orgánica. Unas semanas antes de la siembra, extiende una capa de 3 a 5 centímetros de compost maduro, humus de lombriz o estiércol bien curado sobre la superficie del terreno y mézclalo con los primeros 15-20 centímetros de suelo.

Esta aportación de materia orgánica tiene beneficios que van mucho más allá de la simple nutrición. Mejora la estructura de los suelos arcillosos, haciéndolos más sueltos y con mejor drenaje, y aumenta la capacidad de retención de agua y nutrientes de los suelos arenosos. Además, alimenta a la miríada de microorganismos beneficiosos del suelo, incluyendo las propias bacterias Rhizobium, creando un ecosistema subterráneo sano y equilibrado que es fundamental para la salud de las plantas.

Si un análisis de suelo revela deficiencias específicas de fósforo o potasio, este es el momento ideal para corregirlas. Puedes incorporar fertilizantes orgánicos como la harina de hueso para el fósforo o el sulfato de potasio o la ceniza de madera para el potasio. Aplica estos productos siguiendo las dosis recomendadas por el fabricante y mézclalos bien con el suelo junto con el compost. Realizar estas enmiendas durante la preparación del terreno asegura que los nutrientes estén disponibles en la zona radicular desde el principio.

Es crucial evitar el uso de estiércoles frescos o poco descompuestos en la preparación del suelo. El estiércol fresco puede ser demasiado fuerte en nitrógeno, lo que, como ya hemos visto, es perjudicial para las judías. Además, puede contener patógenos dañinos o semillas de malas hierbas. Utiliza siempre estiércol que haya pasado por un proceso de compostaje de al menos seis meses para asegurarte de que sea un producto estable, seguro y beneficioso para tu huerto.

Fertilización de cobertera durante el ciclo de cultivo

La fertilización de cobertera se refiere a la aplicación de fertilizantes durante el período de crecimiento activo de la planta. Para las judías, si has realizado una buena fertilización de base con abundante materia orgánica, es posible que no necesiten ninguna fertilización adicional. Sin embargo, en suelos pobres o si observas signos de deficiencia nutricional, una pequeña ayuda a mitad de ciclo puede ser muy beneficiosa. El momento clave para considerar una fertilización de cobertera es justo cuando las plantas comienzan a florecer.

En esta etapa, la demanda de nutrientes, especialmente de fósforo y potasio, aumenta significativamente para soportar la producción de flores y el posterior desarrollo de las vainas. Puedes aplicar un fertilizante orgánico equilibrado, pero con bajo contenido de nitrógeno. Una opción es esparcir una fina capa de compost maduro o humus de lombriz alrededor de la base de las plantas, teniendo cuidado de no tocar los tallos, y luego incorporarlo superficialmente al suelo con una azada ligera, seguido de un buen riego.

Otra alternativa es el uso de fertilizantes líquidos orgánicos, que son de acción más rápida. Un té de compost o un purín de consuelda, diluidos en agua, pueden aplicarse con la regadera cada dos o tres semanas durante el período de floración y fructificación. La consuelda es particularmente rica en potasio, lo que la hace ideal para esta fase del cultivo. Estas aplicaciones foliares o al suelo proporcionan un impulso de nutrientes fácilmente asimilables por la planta.

Es fundamental observar tus plantas y dejar que ellas te guíen. Si las plantas se ven sanas, con un color verde vibrante y una buena producción de flores, probablemente no necesiten ninguna ayuda extra. El exceso de fertilización puede ser tan perjudicial como la falta de ella. Presta atención a señales como el amarilleamiento de las hojas (que podría indicar una deficiencia de nitrógeno o magnesio) o una floración escasa (que podría señalar una falta de fósforo). Actúa en consecuencia, pero siempre con moderación.

Fertilizantes orgánicos y soluciones caseras

Para el hortelano ecológico, existe una amplia gama de fertilizantes orgánicos y soluciones caseras que son perfectas para nutrir las judías de forma sostenible. El compost es el rey indiscutible: puedes producirlo tú mismo reciclando restos de cocina y jardín, obteniendo un abono completo y equilibrado. El humus de lombriz es otra enmienda de altísima calidad, rica en nutrientes y microorganismos beneficiosos, que puede usarse tanto en la preparación del suelo como en cobertera.

Para aportar fósforo de forma natural, la harina de hueso es una excelente opción de liberación lenta que se incorpora al suelo antes de la siembra. Para el potasio, la ceniza de madera (proveniente de maderas no tratadas) es una fuente muy rica, pero debe usarse con precaución, ya que es muy alcalina y puede elevar el pH del suelo si se aplica en exceso. Espolvorea una pequeña cantidad alrededor de las plantas, evitando el contacto directo con los tallos.

Los abonos verdes son otra estrategia orgánica fantástica. Consiste en sembrar un cultivo (como veza, trébol o mostaza) antes de las judías con el propósito de cortarlo e incorporarlo al suelo unas semanas antes de la siembra. Las leguminosas usadas como abono verde, como el trébol, además fijan nitrógeno adicional en el suelo. Esta práctica no solo fertiliza, sino que también mejora la estructura del suelo, suprime malas hierbas y rompe los ciclos de plagas y enfermedades.

Finalmente, no subestimes el poder de los tés de compost y los purines de plantas. Un purín de ortiga, por ejemplo, es rico en nitrógeno y minerales y puede usarse (muy diluido) si las plantas muestran signos de deficiencia en las primeras etapas de crecimiento. El ya mencionado purín de consuelda es ideal para la fase de floración por su alto contenido en potasio. Estas preparaciones caseras son fáciles de hacer y aprovechan los recursos de tu propio jardín para nutrir tus cultivos de manera natural y gratuita.

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